Los orígenes del dominio del dólar: Lecciones de la crisis petrolera de 1973
En 1973, el ecosistema financiero global experimentó un cambio sísmico cuando el precio del petróleo se disparó de la noche a la mañana. Para Arabia Saudita, el mayor exportador de petróleo del mundo, el repentino aumento de los precios significó una avalancha de dólares estadounidenses—miles de millones, ingresando prácticamente al instante. Sin embargo, pocos anticiparon que estas circunstancias únicas consolidarían el estatus del dólar como moneda de reserva mundial durante décadas, un resultado que se debió menos a acuerdos políticos y más a las ventajas estructurales del sistema financiero estadounidense.
Riqueza inesperada: Las primeras dificultades de Arabia Saudita
Al inicio del auge petrolero, el gobierno saudí no estaba preparado para gestionar estos flujos de capital sin precedentes. En lugar de entrar físicamente en Arabia Saudita, el dinero generado por las ventas de petróleo terminó depositado en gigantescas cuentas en los principales bancos estadounidenses como Citibank y JPMorgan en Nueva York. Las autoridades financieras saudíes, en ese momento, carecían tanto de la experiencia como de la infraestructura necesarias para una inversión integrada globalmente, dejando miles de millones inactivos y sin utilizar en cuentas sin intereses.
En busca de una solución, la autoridad monetaria central de Arabia Saudita, conocida como la Agencia Monetaria de Arabia Saudita (SAMA), recurrió a un banquero estadounidense llamado David Mulford. Su historia de cómo navegó los retos logísticos y culturales pone en evidencia lo novedoso y desafiante que resultó para los saudíes la inesperada bonanza petrolera.
Construyendo un programa de inversión desde cero
Cuando Mulford y su equipo llegaron a Yeda, Arabia Saudita, se encontraron en una ciudad portuaria incipiente, donde las carreteras eran escasas y las casas acababan de construirse sobre la arena del desierto. Las necesidades básicas de una oficina moderna—teléfonos, televisores, correo e incluso la recogida de basura—brillaban por su ausencia. La basura no recogida se convertía en alimento para cabras beduinas errantes, y la improvisada oficina consistía en poco más que escritorios y sillas en un edificio deteriorado. Las operaciones de inversión se gestionaban mediante télex—una primitiva mezcla entre máquina de escribir y telégrafo, poco apta para mover cientos de millones de dólares diarios.
A pesar de estos retos, el pequeño equipo de Mulford tenía la formidable tarea de invertir un promedio de $500 millones cada día, simplemente para ir a la par con el crecimiento continuo de los ingresos petroleros. Cada transacción requería docenas de mensajes de télex y a menudo demoraba semanas en concretarse. Las condiciones de trabajo eran sumamente básicas; por ejemplo, el único baño compartido de la oficina se descargaba solo una vez al día.
Desmintiendo los mitos: Por qué los bonos del Tesoro se volvieron la opción predeterminada
Los nueve años de Mulford en SAMA le ofrecieron una visión privilegiada de la gestión de las reservas monetarias. A diferencia de la conspiración frecuentemente repetida de que las inversiones saudíes en bonos del Tesoro estadounidense eran parte de un quid pro quo secreto a cambio de garantías de seguridad estadounidenses, la realidad era mucho más simple y pragmática. Los saudíes colocaron sus ingresos petroleros en bonos del Tesoro de EE. UU. porque, sencillamente, no existía otro mercado lo suficientemente grande y líquido para absorber sumas tan vastas. En ese momento, los saudíes tenían que invertir unos $20 mil millones al mes, y el panorama global ofrecía muy pocas alternativas que igualaran la escala, accesibilidad y seguridad del mercado de bonos de EE. UU.
SAMA incluso intentó diversificar, asignando a Mulford la tarea de mover hasta el 30% de sus reservas fuera de Estados Unidos. Pero fuera de los mercados estadounidenses, incluso operaciones modestas—en el rango de $5 a $10 millones—podían provocar movimientos significativos. Los mercados internacionales de divisas y bonos simplemente no eran lo suficientemente sólidos para igualar la escala o la estabilidad de EE. UU. En efecto, el atractivo de los bonos del Tesoro estadounidense descansaba no en acuerdos diplomáticos, sino en las ventajas estructurales propias de EE. UU.: profundidad, liquidez y protección legal.
Los pilares duraderos del sistema financiero estadounidense
La experiencia de los años 70 demuestra que el dominio del dólar no fue el resultado ingenioso de maniobras políticas, sino una consecuencia práctica basada en el estatus único de América. Incluso cuando Estados Unidos lidiaba con estanflación (estancamiento e inflación simultáneos), el escándalo de Watergate y la renuncia del presidente Nixon, el sistema financiero estadounidense demostró ser tan profundo, líquido y regido por normas que siguió siendo el mejor destino para el capital en crecimiento del mundo.
En las décadas siguientes, EE. UU. incrementó aún más su atractivo como destino global de inversiones. En la actualidad, los inversores extranjeros poseen aproximadamente $19 billones en acciones estadounidenses—más del doble de lo invertido en bonos del Tesoro. La diversidad y dinamismo del sector privado estadounidense, junto con un historial consolidado de la Reserva Federal (que ha sabido mantener su credibilidad antiinflacionaria incluso ante presiones políticas), continúan posicionando a EE. UU. como una potencia financiera mundial.
Fortalezas institucionales: Fundamentos de la demanda por dólares
El dominio del dólar no solo es resultado de su utilidad en el comercio o de una costumbre histórica; está respaldado por la gobernanza democrática y el estado de derecho. Jerome Powell, presidente actual de la Reserva Federal, ha señalado que la durabilidad del estatus del dólar como moneda de reserva depende de las «instituciones democráticas» y el «estado de derecho». Estos fundamentos ofrecen garantías al capital global de que los activos mantenidos en Estados Unidos estarán seguros, accesibles y protegidos por cortes independientes y una gobernanza estable.
La confianza en las instituciones no se puede crear de la noche a la mañana. Los hechos del pasado y del presente muestran que naciones e inversores actúan de manera pragmática: colocan sus activos donde tienen mayor confianza tanto en los mercados como en las estructuras legales que los respaldan. Por ahora, Estados Unidos se mantiene sin igual en estos frentes en comparación con cualquier otro país o bloque de mercados.
Amenazas emergentes: ¿Puede perdurar el dominio del dólar?
La supremacía de ningún país está exenta de desafíos, y ni siquiera el dólar es invencible. Bajo la superficie laten preocupaciones expresadas por economistas destacados como Kenneth Rogoff. Él advierte que el dólar “se está desgastando en los bordes”, ya que la creciente deuda fiscal, la política impredecible y las amenazas a la independencia del banco central siembran dudas en los inversores extranjeros. A medida que crece la ansiedad ante una supuesta degradación de las instituciones estadounidenses, y el estancamiento político y la incertidumbre fiscal minan la previsibilidad que los inversores globales necesitan, el papel desproporcionado del dólar podría—con el tiempo—comenzar a disminuir.
Una erosión de la confianza en la independencia de la Reserva Federal, la politización de los entes reguladores, o un alejamiento drástico de los principios del estado de derecho podría reducir el apetito extranjero por activos estadounidenses, sin importar el tamaño de la economía. En resumen, el tejido que sostiene el dominio del dólar está íntimamente vinculado con la integridad de las instituciones de EE. UU.—si se dañan, la confianza podría desmoronarse.
La ilusión de las stablecoins: La demanda no puede ser impuesta
Algunos sostienen que nuevos instrumentos financieros, como las stablecoins, podrían extender o revitalizar la demanda de dólares en la era digital. Pero esta narrativa invierte la dinámica real: las stablecoins son valoradas precisamente porque el dólar estadounidense subyacente es tan confiable y deseado. Su popularidad es un reflejo—no una causa—de la demanda de dólares.
Los intentos de fabricar artificialmente demanda internacional por el dólar, sea mediante incentivos políticos o tecnologías innovadoras, solo pueden prosperar en la medida en que se preserven las ventajas fundamentales del sistema financiero estadounidense. Si EE. UU. renunciara voluntariamente a estas ventajas—ya sea abandonando la independencia del banco central, fomentando la inestabilidad política o despreciando el estado de derecho—ningún empuje regulatorio ni solución tecnológica bastará para mantener la primacía del dólar.
Lecciones para el futuro: Una perspectiva de advertencia
La historia del ascenso del dólar al dominio mundial, desde los desiertos de la Arabia Saudita de los 70 hasta los rascacielos de Wall Street, es una lección de pragmatismo más que de política. Los mercados globales premian la estabilidad, profundidad, transparencia y previsibilidad—no las promesas ni las maquinaciones políticas. Mientras Estados Unidos mantenga sus fortalezas institucionales, el atractivo de sus activos persistirá y el mundo continuará demandando dólares. Pero si esas fortalezas vacilan, la era del dólar podría terminar mucho más rápido de lo que muchos esperan.
En última instancia, el mensaje es claro: el dominio del dólar no es un derecho de nacimiento. Se ha ganado, década tras década, mediante el trabajo, muchas veces poco glamoroso, de sostener la excelencia institucional. Como demuestra la historia, las naciones pierden su privilegio como banquero del mundo no cuando sus economías flaquean, sino cuando los inversores globales pierden la fe en la durabilidad de sus sistemas. Estados Unidos haría bien en recordar esta lección si desea conservar su lugar en el corazón mismo de las finanzas globales.

